No siempre se hacen estupideces cuando estás en hipoglucemia. A veces se hacen conscientemente. Desprovisto de tu habitual sensatez; desnudo de juicio, caes en la astracanada porque hoy es hoy. Y aquí os traigo una de las muchas ideas peregrinas que se me ocurren habitualmente pero que rara vez cuento o hago, quizá para no perder credibilidad y parecer aún más raro de lo que ya soy. El tema tiene que ver con la insulina. Si recordáis aquel spot chorra de hace años en televisión en el que decían «¿a qué huelen las nubes?», yo siempre me he preguntado lo mismo con mi diabetes: ¿a qué huele la insulina? Porque esta hormona que nos ponemos diariamente tiene un olor totalmente peculiar y difícilmente descriptible. «A hospital», dirían algunos. «Simplemente a medicina», dirían otros muchos. Pero a mi esas definiciones se me quedan cortas. El olor de la insulina es complejo y sinceramente, me gustaría saber cuál es el componente químico que le otorga ese olor característico a nuestro preciado líquido vital. Puede que tan sólo sea un añadido para identificarlo, como el metil mercaptano que se le añade al butano para identificarlo en caso de fuga. Pero sea cual sea el origen de ese aroma peculiar, la realidad es que no podemos definirlo de ninguna manera. Tan sólo identificarlo automáticamente si nuestras tochas lo perciben en un determinado momento. Pero más allá del inefable olor de nuestra insulina, yo siempre he ido más allá ahondando en otra cuestión que también me acompaña durante los 35 años que llevo con diabetes: «¿a qué sabe la insulina?»
![¿A qué sabe la insulina?](https://www.jediazucarado.com/wp-content/uploads/2021/01/tubo-ensayo-con-insulina.jpg)
Los mejores experimentos son a veces un despiste
Hace muchos años, un chico al que conozco personalmente (y al que llamaremos Jon para proteger su identidad, ya que ahora está en un programa de protección de diabéticos por este sucedido) estaba un día enseñando a otra persona recién diagnosticada de diabetes el funcionamiento de las plumas de insulina y cómo ponerse las inyecciones. Durante ese rato de pruebas, todas las eyecciones de insulina de la pluma se fueron acumulando en un vaso que Jon dispuso a su lado para tal fin. Al acabar las demostraciones, ambos dejaron todo el equipamiento y mantuvieron un animado rato de charla. En un momento dado, Jon tuvo sed, y sin dudarlo un segundo, cogió el vaso con la insulina y se la bebió de un trago. Al momento -y puede que debido al careto que puso su alumno allí presente- Jon empezó a ponerse de todos los colores, el corazón se le disparó y el pánico se apoderó de él. Había escuchado una y mil veces que la insulina se destruye en el estómago por acción de los jugos gástricos. Que precisamente por eso no existe la insulina oral. Pero en esos momentos de terror, el cerebro no puede pensar. De hecho, no quiere. Y el pánico le bloqueó. Sólo pudo desesperarse y dar vueltas en círculo sin saber muy bien qué hacer. «¿Y si hoy precisamente por un azar del destino la insulina resiste al estómago y las 523 unidades que me he bebido hacen efecto?». Desesperado, Jon procuró recuperar el control, repitiéndose como un mantra que no iba a pasarle nada. Y por si acaso, se aprovisionó de mil productos dulces a un lado y el medidor capilar al otro. Se midió la glucemia una… y otra… y otra vez… y efectivamente, aquello no subió. Pero durante un rato, el nivel de estrés que sufrió no ha sido superado por ningún otro sucedido en su vida y aquella anécdota la recordará probablemente siempre, hasta que se vaya al cielo de los diabéticos. Pero con la tontería, Jon hizo algo que yo siempre había tenido la curiosidad de hacer. Y es que a veces los experimentos son fruto de un despiste…
La culpa es de la pandemia
Cuando Jon me contó esta anécdota, yo le pregunté a qué sabía la insulina. Pensando en el olor tan característico que tiene, su sabor en pura lógica debería ser similar. O como mínimo particular, diferencial, especial. Pero Jon no recordaba nada. No podía recordar a qué sabía la insulina porque bastante tenía el pobre en aquellos momentos pensando que eran sus últimos minutos de vida. Así que ese run run se quedó en mis adentros dispuesto a salir a flote en algún momento. Y no hay nada como una pandemia para experimentar. Porque la pandemia ha traído muchas cosas distintas, y una de ellas es más tiempo. Más tiempo para estar con los tuyos. O para discutir con ellos. Más tiempo para estar solo. Para conocerte. Para cambiar unas cosas y darte cuenta de otras. Para ordenar, para reordenar. Para hacer el idiota… Y en esto último yo me sé aplicar medianamente bien cuando me lo propongo. Y hace varios días me dije… es la hora. Una cata de insulina. Como las de vino o aceite, pero más… no sé… más estúpida. En fin. Esta es mi nota de cata de la penúltima generación de análogos (las últimas son las Lispro Ultra Rápidas o Fast Aspart) de insulina rápida del mercado.
![Cata de insulina](https://www.jediazucarado.com/wp-content/uploads/2021/01/bodegon-insulinas-prueba.jpg)
Cata: ¿a qué sabe la insulina?
La insulina que probamos en nuestro laboratorio en esta ocasión pertenece a una de las mejores y más conocidas bodegas farmacéuticas, la cual nos presenta su nueva propuesta para un consumidor joven e irreverente, que se inicia en el mundo de la diabetes y que necesita de un caldo eficaz, que deje huella y que sea capaz de cubrir plenamente sus expectativas. En esta ocasión, esta insulina rápida lo hace. Y con nota. Pero empecemos por el principio. El packaging de esta pluma es moderno y juvenil. Con unos colores «de código» dentro del mundo de la salud y la ya conocida estética de bolígrafo (clip incluido). Pero creo que han pasado ya muchos años con el mismo tamaño y que deberían rediseñarlas hacia un formato más pequeño. Un mecanismo tan sencillo como el de una jeringuilla mecánica puede ser más pequeño. Si por ejemplo dejamos invariables los cartuchos interiores, necesitaríamos el mismo grosor para una nueva pluma, pero compactando el mecanismo -por ejemplo con algún tipo de engranajes de desmultiplicación- podríamos conseguir una jeringa más corta y más fácilmente transportable. Creo que son demasiados los años que llevamos ya con este mecanismo que si bien a la industria le va bien porque permanece inalterado, rediseñarlo y miniaturizarlo es ya imperativo. Dicho esto que llevo años queriendo decir y este era un lugar idóneo para colarlo, pasemos a analizar los orígenes del caldo que catamos hoy. Nuestra insulina de la cata es un caldo monovarietal, a partir únicamente de bacterias de la variedad Escherichia Coli, más un pequeño porcentaje del gen de la insulina. Varias enzimas, una pizca de zinc y algún aditivo adicional, todo sometido a una crianza en tanques de acero americano redondean su sabor y le proporcionan finalmente todo su característico bouquet. Los maestros químicos de la bodega consiguen que añada tras añada, la insulina mantenga el mismo e idéntico carácter, sabor y eficacia. Lo cual es meritorio. Pero sirvamos la insulina en copa y veamos qué nos arroja a los sentidos; vista, olfato y gusto…
El producto es en su fase visual completamente transparente. Limpio, sin turbiedades. Tan sólo sus omnipresentes burbujas dejan ver que en ese reservorio de la pluma hay un líquido. Pero cuando lo saco de su envase y lo coloco en un pequeño recipiente abierto, la similitud con el agua aumenta, aunque su densidad parece ligeramente superior al líquido elemento. Es nítido y noble, con una lágrima persistente y un ribete cristalino que denota su carácter y pureza. Tan sólo reseñar que al generar una cantidad grande de insulina a partir de la pluma se produce mucha espuma por la presión a la que sale por la aguja, pero desaparece en un par de minutos. Por ello recomiendo siempre utilizar un decantador para servir la insulina en el recipiente unos minutos antes si te la vas a beber. No hay más detalles. Debemos pasar a la fase olfativa para detectar ante qué líquido nos encontramos.
Si la acercamos a la nariz, sin duda estamos ante un líquido descarado y tremendamente expresivo en el que domina un claro un tono sintético. Podríamos resumir su olor como tremendamente poderoso, persistente y diría que mineral. Unas notas de plásticos y materiales metálicos aparecen con sutileza. Ya en boca, esta insulina no dejará indiferente a nadie. No es una bebida fácil. Voluptuosa y ligeramente áspera, diría que es sólo para gourmets adiestrados y conocedores de sus virtudes. Sus aromas sintéticos persisten también en el paladar, aunque con menos intensidad que en la fase olfativa. Aquí no hay toques golosos propios de otros medicamentos. Esto es para expertos curtidos en mil batallas. En el postgusto, continúa dominando un toque ligeramente metálico y deja en boca una sensación como de chupar una viga de acero. Antes de terminar este festival de matices, nos regala una nota final ligeramente salada. A destacar la ausencia de taninos en nuestro caldo de hoy. Más bien al contrario, su sensación final se acercaría más a una especie de sutil y extraño dulzor que a lo contrario.
Sin duda, el maridaje perfecto de este caldo es una buena paella valenciana, llena de hidratos de carbono con su siempre traicionera curva postprandial. Por otro lado, no la maridaría en absoluto con un pescado ni con carnes, ya sea caza, vacuno o carnes blancas. Asimismo. desaconsejo totalmente esta insulina para acompañar un buen queso manchego o una tabla de embutidos extremeños. Sin embargo, su capacidad hipoglucemiante le permite también maridar de manera eficaz con un buen postre. Desde una clásica torrija hasta una tarta Sacher serán el complemento perfecto para este caldo sintético. Pero ojo, que los excesos se pagan. No debemos abusar porque se nos subirá a la cabeza rápidamente y puede producir mareos, confusión, variadas y desagradables sensaciones neuroglucopénicas y hasta pérdida de conocimiento. Recuerda, siempre con moderación. O te sobrevendrá la hipo. Y en las hipos más potentes, sucede «El Rapto» (recomiendo su lectura, te sentirás identificado).
En resumen, nos encontramos ante un líquido desconcertante en su cata. Podríamos resumir que sabe parecido a cómo huele, aunque con menor intensidad. Como dije más arriba, no es para iniciados, pero sí para quienes necesitan un complemento eficaz a sus comidas llenas de hidratos de carbono. Potente, persistente, atrevida. Así es la insulina cuando la pruebas. Un líquido que no debe faltar en tu casa. Lo recomiendo al cien por cien si tienes diabetes tipo 1. Hoy por hoy sigue siendo uno de los mejores inventos para nosotros, muy por encima de la crema de chocolate o incluso Star Wars. Y a pesar de que aún con toda la tecnología, debemos seguir siendo máquinas de calcular andantes (ver post «El Proceso» sobre los cálculos diarios en la vida de una persona con diabetes tipo 1). Y aquí termina esta cata que espero no se repita o me cerrarán el blog por irresponsable. O por idiota…
Si este post te ha despertado la curiosidad (lógica por otra parte) de saber cómo se hace nuestra insulina sintética en la actualidad, aquí tienes un reportaje de DMAX en el que muestran el proceso completo de elaboración de esta hormona. Muy interesante…
Vídeo subido a Youtube por Carles Duart grabado a partir de un programa propiedad de Discovery Max (Discovery Communications).
NOTA: La realización de estas pruebas se ha realizado en un entorno controlado dotado de las máximas medidas de seguridad: me he bebido la insulina con el casco de moto puesto, he contado con la presencia de personal médico (varios muñecos de LEGO vestidos de sanitarios), así como un abogado (amigo de la familia) y por si acaso, un cura -también de LEGO-. No se ha maltratado a ningún animal. La insulina de las pruebas estaba caducada (por lo que no era aprovechable) y yo no estaba en hipoglucemia ni antes ni después de realizar esta prueba. Dicho lo cual, desaconsejo hacer esta chorrada a nadie más. Especialmente a niños.
NOTA2: Siguiendo mi promesa de Instagram, este post surrealista va dedicado con todo el cariño a Sandra V. y Pilar PG, seguidoras fieles, de esas que te hacen sentir más valioso de lo que realmente eres. Un abrazo.
NOTA 3: Si te has quedado con ganas de seguir leyendo cosas surrealistas, te recomiendo leer las «Reflexiones de Navidad», o este otro de «Anécdotas de la diabetes».