El hijo hipoglucemiante

hijo hipoglucemiante
Imagen: http://katherinecuba.wordpress.com/

En cualquier medicación, la ley exige un prospecto en el que se indiquen las propiedades, indicaciones, posología, efectos secundarios… Siempre he pensado que ese «mini-manual» de emergencia que traen las medicinas es tan perfecto que deberían traerlo muchas otras cosas de esta vida. Por ejemplo, nuestras parejas. Eso facilitaría mucho las cosas. O nuestros jefes. Cuando entras en un trabajo, te dan el contrato y el manual del jefe que, en su portada, pone a pie de página: «Ejemplar propiedad de la empresa: a devolver cuando la relación contractual termine». Lógico. Si no puedes llevarte ni un boli, ¿cómo te vas a llevar el manual de funcionamiento de tu jefe? ¿Qué harían los demás en esa empresa sin él?. También me gustaría tener un manual de mi suegra. Pero sobre todo, si hay algún manual de instrucciones que echo en falta, es el de los hijos.

Cuando tienes un hijo, es evidente que no estás preparado, sea cual sea tu situación. Para empezar, no sabes ni cómo agarrarlo cuando te lo dan en el quirófano de Maternidad. Y todo es relativamente tranquilo mientras estás en la seguridad del Hospital. Pero cuando te dan el alta y llegas a casa con el paquete, comienza una angustia de la que creo que no se libra absolutamente nadie. Dura varios días y como todo, se acaba pasando. Pero la tensión que da el ser un novato no se quita tan fácil a pesar de que van pasando las semanas. Y yo, como cualquier padre primerizo, estaba tan agobiado con los enigmáticos llantos del crío que acabé descargándome una app mágica que te traduce lo que significan sus lloros. Porque hay apps para todo, como sabéis. En esta aplicación, acercas el móvil y te dirá si llora porque tiene pipí, popó, hambre, desazón o directamente te odia por ser un inútil, ya que llevas diez horas sin cambiarle y ha tenido que ser una amiga de tu madre que ha venido de visita la que te pregunta con cierta sorna «¿Desde cuándo no has cambiado a este niño?».

Con el tiempo, vas sintiéndote más cómodo y vas descubriendo que esto no se te da tan mal. Es ley de vida. Pero a veces descubres ciertas utilidades secundarias que trae el niño de serie y que te hubiera gustado conocer en su manual de instrucciones. En mi caso, por ejemplo, cuando el niño llegó a los dos años aproximadamente, descubrí su enorme poder hipoglucemiante. Hasta el punto de que en vez de ponerme una dosis de ajuste en ciertos momentos, lo que hacía era usar a mi heredero para que me bajara un poco la glucemia: corriendo tras él, intentando que no rompa mis libros o mis Legos de Star Wars, evitando que lleve sus dedos hacia todos los enchufes de la casa o levantándole 167 veces a pulso porque eso le hacía reír. Y tras cualquier «sesión de niño», mis glucemias bajaban estrepitosamente. Decidí entonces usarle a él en vez de ponerme insulina cuando estaba un poco alto. Pasados ya los 4 años, hace tiempo que no puedo seguirle el ritmo. Pero al menos, el tiempo que le dedico en cuerpo y alma me sirve para conseguir unos efectos similares a la insulina. Su poder hipoglucemiante es tal que ahora pienso que si hubiera tenido varios hijos más, quizá no hubiera necesitado siquiera ponerme insulina…

Hace tiempo, en una de mis visitas al endocrino, tras enseñarle mis registros el doctor me preguntó: «Entiendo que la ´I´junto a los valores de glucemia corresponde a la insulina, pero… ¿qué significa esta ´N´ que aparece tantos días?». Y yo le contesté: «Niño. La ´N´es ´niño´. Mi hijo es hipoglucemiante». Ahora, cuando me marca los protocolos, pone: «si post prandial está entre 180 y 200, una hora de niño o 2 unid. de insulina».