La historia de hoy va de parejas. Todos sabemos que acertar con la pareja es importante. Ya sea compañero de pupitre en el cole, amigo, amigo «especial», novio, esposo, compañero de negocio… A veces salen grandes parejas de una buena elección. O quizá fue sólo una mera cuestión de suerte. Pero a veces se crea una buena pareja con la que conseguir grandes cosas. La de la imagen de portada es una gran pareja de mi niñez que en su época «lo petaba» en el cine y que visto ahora resulta endeble por su propuesta. Pero eran otros tiempos. El caso es que elegir sabiamente tu pareja es fundamental. Pero en ciertas situaciones de la vida, la pareja nos es asignada. Una de esas situaciones es el médico. Y un médico impuesto no preocupa en exceso para un paciente estándar cuya frecuencia de visitas es muy esporádica. Pero en el caso de la diabetes, el trato es intenso y duradero. Por tanto, es importante elegir bien. Hoy os hablaré de eso. Y de cómo a veces esa elección podría contribuir a mejorar nuestro control de la diabetes. Tú y tu médico debéis ser una gran pareja. Uña y carne. Mejor que la que en su día hicieron Terence Hill y Bud Spencer. Ains, qué tiempos…
Cada paciente, cada médico, cada circunstancia…
Lunes, 7,45 de la mañana. Raúl se levanta malhumorado; encabronado. Enfadado con el mundo. Y se entiende. Cree firmemente que el lunes no debería existir por ley. Por si fuera poco, ese día tiene además visita a su médico para chequear cómo va su diabetes tipo 2. Y sabe que le va a leer la cartilla, nunca mejor dicho. Algo que a Raúl le hace sentirse como si estuviera en un examen. No le mola nada. Porque se siente fiscalizado, vigilado en exceso, examinado. Su médico de atención primaria se pone las gafas de ver de cerca y empieza a pasar las páginas del librito de glucemias de Raúl mientras en algunas ocasiones, entorna aún más la vista para descifrar las cosas que Raúl ha ido escribiendo con letra muy pequeñita en acotaciones al margen: «dos horas de paseo por el monte… comida en restaurante, me pasé… postre dulce… gastroenteritis desde aquí al miércoles…». Cuando acaba, empiezan los «consejos» o puntos de mejora, que para Raúl son -según dice él siempre- reproches en toda regla. Que si debes tener mucho más cuidado con esta comida… que si cuando hagas esto, ten en cuenta aquello para que la glucemia no suba… que si hay que evitar las grasas animales porque así no vas bien con el colesterol… Que si no comas tampoco esto ni esto otro ni lo de más allá… Para él, ir al médico es una actividad necesaria, pero no la hace a gusto. Sale un poco frustrado porque siempre le dice bastantes aspectos mejorables. Y según Raúl, siempre le «riñe». Pero Raúl hace lo que puede porque hay muchas cosas que simplemente desconoce. Ha leído algo en internet sobre unos sensores que te miden el azúcar constantemente, pero su médico le cambia de tema rápidamente cuando se lo comenta y le dice que no le hace falta. A pesar de que Raúl debe chequearse la glucemia con frecuencia, pues sus glucemias no están como deberían y el tratamiento farmacológico que se quedó corto hace tiempo le llevó a la utilización de la más efectiva insulina. Sea lo que sea, Raúl siempre sale de la consulta con una lista de «debes hacer», «no debes comer»… y de cosas que pueden ser mejores. Y eso le frustra. Pero no se da cuenta de que su consulta ha sido un monólogo o como mucho, una entrevista, en la que Raúl sólo contestaba brevemente a sus preguntas. No hay diálogo, no hay formación, no hay motivación.
Miércoles. 6,30 de la mañana. Ana se levanta como todos los días; rápida, fulgurante, efectiva. Su smartphone le lanza el aviso: «11,30: endocrino». «Vale. todo está listo», piensa mientras se prepara su café lungo, hoy con una variedad india de intenso sabor, perfecta para el día que tiene por delante. Anoche volcó todos los datos de su bomba de insulina en el sistema y tiene varias preguntas preparadas para hacer a su «endo». Ahora la diabetes es así; tecnológica. Datos por todas partes. Datos en tiempo real. Datos analizados por algoritmos. Desviación… coeficiente de variación… medianas… número de hipoglucemias… todos los datos de su vida salen a la luz. Incluso tu médico puede intuir determinadas actividades en base a lo que muestra el programa con la bomba. Una ducha, una ración de sexo, un baño en la piscina, algún pecado dietético… todo se ve en ese registro chivato que a veces incomoda un poco a Ana. Sin embargo, ella va a gusto a la consulta. Minutos antes de entrar, pasa por allí su endocrino y le saluda amablemente con un «¿Qué tal Ana, todo va bien? ¿Recuperada ya de aquella lesión de hombro que te estaba dando guerra? Bueno, prepárate que en dos minutos pasas y nos ponemos a ver gráficas y datos», dicho todo con una amplia sonrisa. Ana también sonríe y lo hace con esa expresión radiante que sólo ella sabe poner. mientras al tiempo se recoloca las gafas con un dedo sobre el puente de su nariz. Y su sonrisa es franca porque la amabilidad de ese doctor le induce a sacar lo mismo de ella. Al cabo de poco tiempo, es su turno y entra a consulta. Ana se siente cómoda porque el médico la hace sentir así. Le explica, le pide opinión para consensuar con ella, debaten juntos algunos aspectos de su día a día que requieren un abordaje distinto del que había hasta ahora… Y Ana sale de la consulta con varias ideas más claras, unos objetivos en la cabeza bien definidos, personalizados a su estilo de vida y sin ningún atisbo de juicio ni de examen. A pesar de que su control es bueno, ella sólo piensa: «debo mejorar en ese par de cositas que me ha dicho». Motivación «a full».
Viernes. 12,45 horas del mediodía. Área de endocrinología de un gran hospital. En una atiborrada sala de espera, Carmen aguanta con indisimulado nerviosismo pensando que de allí no sale sin «pillar el bicho». No hay ventilación, uno tose, otro se sienta demasiado cerca… Está muy tensa. Y lo peor es que sabe que va a tener que esperar, pues cada vez que le citan siempre le da tiempo a jugar a leerse en el móvil la prensa rosa, la generalista y chatear con su amiga Silvia. Mucho, mucho tiempo después pasa a consulta. Y antes de abrir la puerta, se hace la pregunta de siempre: «¿Qué médico me tocará hoy?» Porque resulta que allí, cada vez que vas te toca uno del equipo. Carmen se ha quejado en más de una ocasión, pero no ha recibido respuesta convincente ni por el equipo de endocrino ni mucho menos por el Servicio de Atención al Paciente del Hospital, que le contesta con una carta formal en la que habla del sexo de los ángeles para proteger su desacertada decisión de que cada vez te atienda un médico distinto. Y esto a Carmen le desanima mucho porque no siente que conozcan su diabetes ni puedan ayudarla. Humanización de la sanidad, piden algunos. Frase bonita como eslógan, pero mucho por hacer aún en ese terreno. Por si fuera poco, el tiempo en consulta en ese centro siempre es como el tren de alta velocidad; fugaz. Para cuando te das cuenta, estás en la puerta del hospital mirando hacia la puerta, sin saber muy bien qué pasó, con un petitorio de analítica en la mano derecha y cuatro cajas de sensores en la otra. «¿Le he dicho eso que quería comentarle de las hipers a medianoche? ¡No! no me ha dado tiempo, joder», maldice Carmen entre dientes mientras sale, recolocándose la mascarilla en los ajetreados pasillos del hospital.
Un endocrino no es igual que otro endocrino
Tres historias de personas con diabetes. Tienen en común a la diabetes, pero nada más. El resto es distinto. Al margen de cómo lo lleven, cada persona tiene una relación con el profesional de salud que le atiende. Tres historias muy distintas porque -al margen de cómo seamos cada uno como paciente- el entorno y la persona con la que se encuentran marca también una diferencia. Y a veces hay que ir a los pequeños detalles más allá de mirar sólo la glucemia y su terapia farmacológica para encontrar el porqué de nuestra dificultad de controlar adecuadamente la enfermedad. Porque el control de una diabetes puede ser mejor por muchos factores; algunos puede que imperceptibles a simple vista. Y creo que no descubro América si digo que uno de esos factores en los que a veces no reparamos es el endocrino y la relación que tengamos con él/ella. Para empezar, no hay que divinizar esa profesión. Tradicionalmente se ha hecho, pero hoy sabemos que hay médicos buenos y médicos malos, como hay abogados buenos y malos, o mecánicos buenos y malos. O llamémosles mediocres, para ser más diplomáticos. Pero al margen de que eso siempre es posible, como cualquier otro profesional de la salud, el médico debe ser alguien terriblemente empático, y saber ponerse en la piel de su paciente en la medida de lo posible. Porque sólo así será capaz de tomar las mejores decisiones para esa persona concreta. Además, debe tener sensibilidad. Debe tener habilidades de comunicación para que lo que dice llegue bien y sea bien asimilado por la persona al otro lado de la mesa. Debe tener mano izquierda. Debe ser clarividente y leer con intuición qué tipo de paciente tiene delante y cómo gestiona su diabetes cuando está solo en su casa. Debe saber interpretar todo ese maremagnum de cifras y sacar las claves que harán que esa diabetes mejore en su control. Y sobre todo, debe tener la habilidad suficiente como para -y esto es clave- olvidarse relativamente de lo que dicen las normas y los consensos, y ser capaz de -aplicando todo lo ya mencionado- personalizar el tratamiento y las condiciones. Y que esa persona viva lo mejor posible con SU diabetes según SUS circunstancias, SUS hábitos de vida, SUS gustos, SUS manías… y consensuando las decisiones con esa persona que está al otro lado de la mesa. A su nivel; de experto a experto. Ese doctor -experto en diabetología- sabe que enfrente tiene también a otro auténtico experto en diabetes, en SU diabetes. Y debe escucharle también. Porque sólo así aprenderá mucha información valiosa que no está en ninguna guía de práctica clínica, protocolo o ensayo. Por todo lo dicho, un endocrino no es igual a otro endocrino. Más allá de los conocimientos puramente teóricos que puedan tener, hay muchos más aspectos en los que te debes fijar para decidir si ese profesional cumple con tus expectativas y con lo que tú y tu diabetes necesitáis. Porque puede no ser lo mismo que lo que necesita otra persona con diabetes. Esto es algo que hay que entender. Del mismo modo que hay personas distintas, también lo son nuestras necesidades. Y todo eso conforma un paquete que va a requerir un tipo de no sólo profesional de diabetes, sino también de persona. Y tu labor es encontrar a la persona idónea (ya hablé de este tema en este enlace) para encontrar el equilibrio en tu diabetes, lo cual te llevará a encontrar el equilibrio en la Fuerza (lo siento, tenía que decirlo, estaba a huevo)…
Si algo no te gusta, cambia
La importancia de una buena relación con el «endo» puede marcar la diferencia entre un buen control o uno mediocre. Puede hacer que aumentemos nuestra adherencia, la mantengamos o -en el peor escenario posible- la perdamos. Y esto último se da con mucha frecuencia. A mi me escriben bastantes personas descontentas por distintas razones con el tratamiento que reciben, la atención, las soluciones recibidas, la escasa ayuda, y en muchos casos por el nulo entendimiento o la ausencia de escucha por parte del profesional de salud. Me explican cómo su endocrino no sabe proporcionarles la ayuda que necesitan para SU caso particular. Sobre todo, un problema de falta de escucha o de personalización. Bien sea porque no sabe ajustarle la terapia a sus circunstancias… porque no quiere proporcionarle una tecnología que le iría mejor que otra por su estilo de vida o su diabetes… porque no se sale de lo que dicen las normas a la hora de gestionar la dieta que él o ella necesita… Hay muchas razones por las que estas personas perciben que su endocrino no está haciendo ese esfuerzo de «ponerse en su piel» y darles la personalización que ellos necesitan. Y a estas personas siempre les digo lo mismo: «cambia de médico». Una persona con diabetes es alguien que hace un uso intensivo del sistema sanitario. Lo pone a prueba en todos sus aspectos. Y ya tenga diabetes tipo 1 (con un endocrino) o tipo 2 (con atención primaria), su médico y él/ella serán pareja por muchos años, hasta que el médico se jubile o uno de los dos muera o se aburra del otro. Y ese trato intensivo y permanente requiere como base fuerte y sólida que la relación sea más que correcta. Debe haber buen rollo, como se suele decir. Yo ya he comentado en más de una ocasión que mi primer endocrino cuando me diagnosticaron diabetes era un hombre desagradable, arisco, malhumorado, carente de empatía y que lo mejor que sabía hacer era reñirme cuando yo hacía algo para lo que no había sido adiestrado. Y lo hacía mal porque él no me había formado previamente, lo cual le atribuye aún más culpa que la del mero hecho de regañarme. Tras un breve período de tiempo en el que no me atrevía a hacer nada porque yo no sabía nada, y cuando por fin me deshidraté de tanto llorar en ese período inicial tras el diagnóstico, no tardé en cambiarme de endocrino. Treinta y cinco años después, me enorgullezco de que mi historial de endocrinos es corto, destacando a un gran profesional con el que pasé la mayor parte de mi vida diabética y cuya relación terminó por su jubilación (mi admirado Dr. Ramón Elorza, Jefe del Servicio de Endocrino del Hospital de Basurto, en Bilbao). Y pasé tantos años con ese hombre porque estaba a gusto y reunía los requisitos que yo necesitaba para ir a consulta motivado, sin miedo, sin frustración, sin ninguno de los casos descritos al principio del texto. Hoy, con una gran endocrina con quien también tengo muchas afinidades, espero hacer una «carrera» larga y duradera como la que hice con el Dr. Elorza. Por tanto, vuelvo a la frase que decía más arriba: si es necesario, cambia de endocrino o de médico de atención primaria. Quizá sea lo que tu diabetes necesita para evolucionar a mejor y dejar ese atasco sin progresión.
Párate a pensar en los detalles
Puede que estés frustrado porque no consigues controlar tu diabetes. ¿Pero te has parado a pensar y analizar todas las posibles causas? Porque tu relación con el médico podría no ser la deseable, aunque no te des cuenta. Puede ser que otra persona con otra inercia terapéutica, con otro talante, con otro «rollo» conecte mejor contigo. Porque al final la vida va de esto. ¿O cómo si no hacemos amigos, nos enamoramos, hacemos socios en empresas…? Porque todas esas personas tienen algún tipo de conexión con nosotros. Y si alguien que va a estar contigo cada varios meses durante tantos años no requiere esa conexión… ¿quién la necesita entonces? Nosotros siempre somos los mismos. Y nuestro médico también. Pero ambos somos humanos y tenemos momentos y situaciones. Eso es comprensible. Sin embargo, debe haber un buen trato; el mejor que seas capaz de conseguir. De ahí podría salir un mejor control de tu diabetes. Piensa si tienes todo eso con tu médico, y si no es así piensa en un cambio de pareja…
Cuéntame en los comentarios cómo es la relación con tu médico o endocrino. ¿Crees que es la correcta? ¿No crees que ese poquito que te falta para el control que tú buscas quizá podría venir por ahí?